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Dando vueltas en torno a los sacrificios que desde siempre la Humanidad pecadora ofreció en expiación por sus delitos, la carta a los hebreos llega a esta afirmación taxativa: «Pero Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio.» «Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consa– grados. Donde hay perdón no hay ofrenda por los pecados.» Las palabras son claras. La duda es ofensiva. Ofensiva contra la palabra de Dios y, sobre todo, contra la Voluntad salvífica de Dios, que «no perdonó a su propio Hijo por nosotros». Dios mismo murió en la cruz para que ese sacrificio fuese de valor infinito y quedase siempre muy por encima del diluvio de pecados de los hombres. Es muy importante tener en cuenta esto. No para pecar a gusto, que ya el sacramento -que no es nada más que la aplicación aquí y en este caso del sacrificio de Cristo- me perdonará todo. Eso sería muy mezquino. Sino precisamente para no pecar y para confiar por encima de todas nuestras desconfianzas en el amor y en el perdón de Cristo. Jamás debemos cometer el peor de los pecados: el de la descon– fianza. Precisamente en este mes de noviembre se suele representar el mito de «Don Juan Tenorio». Se suele hacer con los versos rotun– dos y románticos de Zorrilla. Pero el inventor del mito fue Tirso de Malina, con su obra «El burlador de Sevilla». Pues bien: Tirso tiene otro drama, mucho más hondo, que titula «El condenado por descon– fiado». Se trata de un monje a quien el demonio tienta con la duda: « Tu destino será el del primer hombre que encuentres esta noche junto a la puerta de la ciudad.» Baja el monje de su ermita, y se en– cuentra junto a la puerta de la ciudad al peor criminal 'del reino. El criminal esperaba la noche para cometer una más de sus fechorías. Entonces el monje se desespera. Si mi destino va a ser este, me– jor dejar la ermita, la óración, la penitencia. Y, desesperado, se lanza a rodar por la vida, y muere como réprobo. En cambio, el bandido, apresado y condenado a muerte, se arrepiente antes de ser ahorcado. La lección es bien clara: para todo existe el perdón. No hay pe– cado ni pecador tan grande que no pueda ser perdonado. «Porque· donde abundó el pecado sobreabundó la gracia.» Por eso no dudemos. Que hasta la duda ofende. 133

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