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Trigésimo segundo domingo «De hecho, El se ha manifestado una sola , vez, en el momento culniinante de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo» (Hbr. 9, 26). DE UNA VEZ PARA SIEMPRE «¡Baja otra vez al mundo, baja otra vez, Mesías! De nuevo son los días de tu alta vocación; y en su dolor profundo la Humanidad entera el nuevo Oriente espera de un sol de redención.» Seguro que muchas veces hemos estado tentados de elevar, cual plegaria, la misma petición rimada de García Tassara en su «Himno al Mesías». Aunque los versos nos parezcan antiguos, la idea nos pa– rece más actual que nunca. Porque sólo Cristo puede arreglar esto. «Esto ni Cristo lo arregla, o, si acaso, tiene que venir El a arreglarlo.,'. Pues no. Cristo no va a volver a arreglar nada, porque ya lo dejó todo arreglado definitivamente. El párrafo de la carta a los hebreos que hoy nos propone la liturgia nos lo advierte bien claramente. Y es como la idea central de toda la carta. «De hecho, él se ha manifes– tado una sola vez, en el momento culminante de la Historia, para des– truir el pecado con el sacrificio de sí mismo.» No como los sacerdotes de la antigua ley, que ofrecían anual– mente el sacrificio del cordero. El se ofreció a sí mismo. Ofreció un sacrificio de valor infinito. Destruyó totalmente el pecado. Y si los 130

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