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Trigésimo domingo «El puede comprender a los ignorantes y ex– traviados, ya que él mismo está envuelto en de– bilidades. A causa de ellas tiene que ofrecer sa– crificios por sus propios pecados, como por los del pueblo» (Hb. 5, 2-3). LAS DEBILIDADES DEL SACERDOTE Las gentes han comenzado a rasgarse las vestiduras ante las de– bilidades del sacerdote. Estas debilidades, reales o imaginarias, fre– cuentemente aumentadas calumniosamente, suelen ser las comidillas de muchas tertulias, beatas y despiadadas. «Yo sé de un cura ... Pues yo, de un fraile ... Si yo hablase ... Es que nos hacen perder la fe.» Si eso te hace perder la fe, poca es tu fe, amigo. Y a veces con las hipotéticas debilidades del sacerdote queremos disculpar las nues– tras. El que el sacerdote tenga debilidades, el que sea un pecador, en– tra en los planes de la Providencia. La carta a los hebreos, cuya lec– tura se hace hoy en la liturgia, dice: «El puede comprender a los ig– norantes y extraviados, ya que El mismo está envuelto en debilidades.» Entramos siempre en ese plan de Cristo, que quiso para su Igle– sia, como sacerdotes, a hombres. Los sacerdotes están fabricados del mismo barro pecador con que están fabricados todos los hombres. Todos los hombres, de cualquier profesión que sean, tienen debili– dades. No por eso nosotros dejamos de confiar en la profesión que representan. Recurrimos al médico cuando nos duele algo; al aboga- 126

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