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Vigésimo séptimo domingo «El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos» (Hbr. 2, 11). ¡HERMANOS! Una palabra aparentemente suave que encierra dentro íntima y so– brenatural dinamita. A fuerza de usarla y de abusar de ella, la hemos gastado. La rutina nos ha podido. Nos la ha estropeado. La carta de hoy nos cuenta el último drama de Cristo, que siendo Dios se hizo hombre precisamente para eso, para podernos llamar con todo derecho, con toda verdad, ¡hermanos! A espaldas de esta palabra va todo el drama del Dios que se hizo carne mortal, que lloró entre los hombres, que sufrió la pasión y la muerte ... y que resucitó como cabeza de todos los hermanos. El es el hermano mayor de todos y en El somos todos hermanos. Hay muchas hermandades. Pero es única la que Dios ha proclama– do a los hombres. Es la hermandad predicada por Cristo. El que nos enseñó a rezar el padrenuestro. Otra oración que quizá hemos estropeado un poco sin haberla me– ditado profundamente. Nadie podía esperar que Cristo nos enseñase 120
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