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Quien hace del dinero un fin, sí está perdido. Puede terminar lan– zando su dinero a los cerdos o quemando los millones almacenados en toda una vida de afanes y luego quitarse ésta. Dos noticias de agen– cia de estos últimos días. Y puestos a contar casos, no terminaría– mos. Sin embargo, son muchos más los que saben emplear bien el di– nero. Les sirve -nos sirve- para comprar el vestido, los zapatos que se desgastan por los caminos del mundo, el billete del tren, el pan nuestro de cada día, el piso alquilado o adquirido a plazos y hasta la entrada para un partido de fútbol donde los goles sí que cuestan una millonada. Pero al fin y al cabo, eso es saber usar. el dinero. Nunca debemos hacer del dinero un fin, porque entonces no su– cederá lo que Santiago dice: « ¡Habéis amontonado riqueza precisamen– te ahora, para el tiempo final!» Eso vale para todos. Todos tendremos que dejar aquí el mucho o el poco dinero que hayamos adquirido en el rodar de nuestra vida. El dinero sirve si hacemos de él un siervo. Si comprendemos que con él podemos comprar infinidad de cosas que nos hacen agradables los días de nuestra existencia. Si comprendemos, incluso, y a pesar de la frase del clásico castellano, de «poderoso caballero es don di– nero», que las cosas importantes no se pueden comprar con dinero. Nadie con dinero puede comprar, por ejemplo, estas cuatro cosas: la sabiduría de un sabio, la santidad de un santo, el corazón de una mujer -aunque muchas vendan su cuerpo por poco dinero- y mu– cho menos la vida eterna. Los antiguos ponían en las bocas de los muertos una moneda de oro para que comprasen la eternidad a Ga– rante, pero los modernos arqueólogos han encontrato intacta la mo– neda en la boca momificada de los muertos antiguos. Y hoy como ayer. Por eso, sepamos usar bien del dinero. No explotemos a nadie por dinero. Sepamos hacer felices a los demás con nuestro dinero y sepa– mos ser felices con el mucho o poco dinero que ganamos cada mes. Que también con poco dinero se puede ser feliz. A veces inmensamen– te más que los avaros que no se sacian con nada. 119

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