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Vigésimo sexto domingo «Ahora, vosotros, los ricos, llorad y lamen– taos por las desgracias que os han tocado ... » (St. 5, 1). PODER Y PODREDUMBRE DEL DINERO Las diatribas que el apóstol Santiago lanza en su carta de hoy con– tra el dinero suenan mal en nuestros oídos de habitantes de la socie– dad de consumo. Porque quien más quien menos, todos anhelamos esa lotería del millón de pesetas, jugamos al crematístico juego del uno, equis, dos o esperamos uno de esos tíos de película que se acuer– dan de los sobrinos a la hora de la muerte. Si leemos bien las palabras de Santiago, nos daremos cÚenta que en realidad no maldice el dinero en sí, sino el mal uso del dinero. Ese amontonar dinero a costa del sudor del obrero o del hambre de los jornaleros que se contratan de sol a sol por eso, por «un jornal de hambre». Esa explotación, esa maldita explotación, eso sí ha sido exe– crable siempre en la Iglesia de Cristo. Porque el dinero lo necesitamos todos. Nos hace un gran servicio. Y cuando se tambalea su valor adquisitivo, tiemblan los fundamentos del mundo y se disparan los precios. Lo importante es saber usar bien el dinero y no dejar que el dinero nos use a nosotros. Como ,dijo un gran Papa moderno: «El dinero es un buen servidor, pero un mal dueño.» Y respecto a la pobreza evan– gélica, sigue valiendo la definición de San Francisco de Sales de que «es no tener las riquezas en el corazón ni mucho menos el corazón en las riquezas». 118
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