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El apóstol Santiago nos recuerda en su carta de hoy -y ya ha llo– vido desde entonces; que nadie diga que es doctrina progresista, por no decir otra cosa- lo siguiente: «Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos de alimento diario, y que uno de vosotros le dice: «Dios os am– pare: abrigaos y llenaos el estómago», y no le dais lo necesario para el cuerpo. ¿De qué le si.rve? Esto pasa con la fe: Si no tiene obras, está muerta por dentro.» Los cristianos conscientes de la responsabilidad de su fe se han lanzado a un desbocado dinamismo en pro de sus hermanos. Si el cris– tianismo tiene una palabra que decir en el orden actual es, sin duda, la palabra de la aplicación de ese gran precepto de la caridad que Cristo nos ha dejado como un testamento en el mundo. Y que el reino de los cielos se sigue consiguiendo dando de comer al hambriento, vistiendo al desnudo, haciendo casas para los sin techo, etc., y que lo otro sin esto son músicas celestiales por muy armoniosamente que suene. Es muy fácil dejarlo todo a Dios. Es muy fácil vivir una fe que no compromete a nada. Es muy fácil, muy cómodo, muy olímpico. Casi como la fe del Olimpo, porque de cristiana tiene muy poco. Una fe sin obras ... , «está muerta por dentro». Y sucede, además, que si queremos que este nuevo mundo que amanece entre las sombras del antiguo que desfallece, no pierda to– talmente la fe en el cristianismo, tendremos que llevarle la fe a través de las obras. Aquello que un obispo misionero dijo hace mucho («po– ned la capilla en el mismo pasillo del comedor») está en plena línea evangélica. Y un obispo de hoy, que por mucho que le quieran acusar de filo ... está en «fila» evangélica, monseñor Helder Cámara, ha escrito: «Con nosotros, sin nosotros o contra nosotros, los ojos de las masas se abrirán. Yo no quiero que esto se haga sin los cristianos.» Nuestras obras tienen que ir conforme a nuestra fe. Ese divorcio tiene que concluir. El cristianismo es vida. Y la fe se prueba con las obras. Esto también lo dijo Santiago: «Yo, por las obras, te probaré mi fe.» 115

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