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De este papanatismo colectivo adolecemos, más o menos, todos. Oí en cierta ocasión a un orador decir con toda solemnidad, y con toda seriedad le escucharon todos, esto: «Como dice un gran pensador: el tiempo pasa.» Como podéis suponer, no hace falta ser un gran pensador, ni casi pensar, para decir eso que nos está diciendo continuamente el reloj. Pero dicho así, con aquella solemnidad, citando a un gran pensador... Aquello de Unamuno, que aseguraba que cuando en su juventud es– cribía algo que no merecía la pena lo metía en una carpeta donde ha– bía escrito: « Para después de los sesenta años.» Pensaba que al lle– gar a esa edad tendría mucha fama y podría publicar aquello con la seguridad de un éxito total. Santiago sigue diciendo: «Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con criterios malos?» Creo que toda persona, por serlo, sea rica o pobre, merece todo nuestro respeto. Que la Iglesia es la casa de todos. Que esas noticias que se nos filtran y que tanto escandalizan a algunos (que en cierto lugar no se reservaron asientos para ciertos personajes ... ) están en esa línea. Habrá ocasiones y ocasiones. Y creo que las cosas hay que arre– glarlas desde su base, mudando las estructuras. Pues si a alguien se le invita a a.sistir y no se le reserva una silla, creo que, en la Iglesia y fuera de ella, es, por lo menos, una falta de educación. Pero una cosa es la educación y otra la discriminación. Y ésta no hay que hacerla ni para un bando ni para otro. Que tam– bién tenemos el peligro de sólo oír las voces extremistas por eso de que son más estridentes. Buscar el justo medio será siempre lo justo. No tener preferencias ni por los de arriba ni por los de abajo, por los fuertes o por los débiles ... Si acaso, por éstos. Pues es Santiago quien escribe: «¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que lo aman?» Esta es la doctrina. ¿Cuál es la práctica? 113

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