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Aparte de que siempre hay perdón de Dios para todo, sucede que aún existe gente que vive muy pobremente. Que lucha en batalla de– nodada contra la penuria. A veces sin testigos ni esperanza. Cerran– do su vergüenza a los ojos curiosos. ¿A qué viene todo esto? A propósito de lo que nos dice el após– tol Santiago en su carta de hoy: «La religión pura e intachable a ,los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo.» Las viudas y los huérfanos en el contexto bíblico son los más des– amparados de los hombres. Aquellos con los cuales todos se meten. Aquellos que apenas tienen pan que llevarse a la boca. El cristianismo está abierto para todos. Pero ha de tener sus pre– ferencias por los pobres. Fue el gran signo de Cristo. Y su gran ejem– plo. Cuando la Iglesia se aparta de esa meta, se aparta de Cristo. La Iglesia ha recordado recientemente que es la Iglesia de los po– bres. No porque se quiera lanzar a una lucha de clases, lo cual sería meterse en la falsa y peligrosa espiral de la violencia. Sino porque quiere ayudar en especial a los más desamparados de entre los hom– bres. Por eso modernamente evangelización se traduce por desarrollo, promoción y otras palabras similares. Estos «slogans» han sido lan– zados con frecuencia a propósito del tercer mundo. Pero el pensamiento del tercer mundo no nos excusa de pensar en nuestro mundo, porque Cristo, con toda la mala intención del mundo -y entiendan la mala intención mía-, nos mandó la caridad al pró– jimo. El prójimo es el próximo. Cerca de nosotros tenemos gentes que necesitan pan, consuelo, medicinas, esperanza y tantos etcéteras. Ayudar a estos que necesitan de nosotros, y que podemos hacerlo porque están próximos, es vivir la auténtica religión de Cristo. Sin meterse en política, sin lanzarse a banderías, sin ninguno de esos ex– tremismos; en labor callada de simiente que llena el surco se puede ir haciendo el bien en la tierra, en nuestra tierra, en este mundo que nos ha tocado vivir. 111

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