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hijos de Dios y herederos del cielo. Lo que importa es estar siempre vivos. En gracia de Dios. No sea que, al igual que en el cuerpo, cuando la sangre no riega algunos miembros, esos miembros mueren. 1 Si a algunos santos se les ha calificado de «otros Cristos» es, so- bre todo, por el testimonio de vida cristiana qu'e han dado ante el mundo. V ese testimonio es el que San Pablo desea que den los cris– tianos: «Porque en nosotros se ha probado el testimonio de Cristo.» Hoy, y para el mundo de hoy, somos nosotros los que tenemos que dar ese testimonio. ¿Qué testimonio? Está ante todo el testimonio del amor. No por tan sabido deja de ser una verdad: el gran mandamiento de Cristo es el mandamiento del amor. Es la auténtica señal del cristiano. Si se repite eso no es como un eslogan. Es como una verdad que debe– mos recordar siempre y quizá tenemos un tanto olvidada. Si nos tomamos la molestia de continuar leyendo !a carta de San Pablo, vemos que inmediatamente exhorta a la caridad y que condena cie.rtas divisiones que ha habido en la comunidad de Corinto. Se ha dicho muy bien que lo que une viene de Dios, y lo que desune, del diablo. El diablo es el gran cizañero de la historia. El humo de Sata– nás del cual habló Pablo VI en un junio memorable ha sembrado la desunión entre nosotros. Dejando a un lado el gran desgarrón y escándalo de la desunión de las Iglesias cristianas, que es el gran impedimento para la con– versión del mundo a nuestra fe, tenemos la íntima desunión de los ca– tólicos. También en nuestra Patria. Esta guerra sorda, y a veces no tan sorda, que nos hacemos, hace que lo que debiera ser un testimo– nio de vida cristiana sea un antitestimonío. Como un programa de unidad, quiero recordar las palabras de Juan XXIII. Lo gritó para todos los hombres, desde su ventana del Va– ticano, aquel 11 de octubre de 1962, día de la apertura del Concilio: «Terminamos una jornada de paz. Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra al hombre paz. Repetir muchas veces estas palabras de augurio. V cuando veáis que ya la paz os une, pensad: he aquí lo que debía ser la vida y lo que será la eternidad. Continuad querién– doos los unos a los otros. Dejad a un lado todo lo que separa. Amarse es lo que importa.» 9
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