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ella no nos queda nada más que llegar hasta las palabras del cautivo San Pablo en su carta de hoy a los efesios: « Dios os ha marcado en él para el día de la liberación final.» Habrá una liberación para todos nosotros, eso nos lo dice la fe y la esperanza. Pero no es una fe y una esperanza desencarnada. Si eso llega -y llegará en su día- tiene que ser la liberación total: alma y cuerpo, mundo e historia... No podemos caer en aquel angelismo, ya desfasado, de dejarlo todo para el otro reino. De aconsejar paciencia y resignación, como seres fatalistas que nada pueden hacer ante el dolor, la injusticia, el odio, la opresión y la misma muerte. No podemos quedar en esa actitud porque es el mismo San Pablo quien nos impulsa a hacernos mejores para lograr un mundo mejor, más libre: «Desterrar de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad.» Una línea que supone un programa total. Una lucha brutal contra los más bajos fondos del ser. humano. Todas las planificaciones en contra de la violencia, de las guerras, de las injusticias caben precisamente ahí. Si nos sentamos en el camino de la vida nos damos cuenta de cuánto nos queda por hacer en este orden de cosas en este nuestro planeta. Para hacer un mundo bueno, mejor, libre del mal, tenemos que comenzar por ser buenos nosotros sin pensar tanto en el mal de los otros. Amar más que odiar. Servir más que ser servidos. Consolar más que ser consolados. Dar más que explotar. Como Cristo. Como San Pablo. Como todos los forjadores de un mundo mejor: «Sed imitadores de Dios como hijos queridos; y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por todos nosotros como oblación y víctima de suave olor.» 105

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