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El cristiano ha de tener un nuevo modo de pensar, de enfocar la vida, los hombres y los acontecimientos. Ha de tener los criterios de Cris– to, cuya vida posee. Sucede que se diferencian muy poco los criterios de la mayoría de los cristianos de la mayoría de los no cristianos. Vamos hacia un hombre «standard», mentalizado a fuerza de propaganda, anuncios y noticias «recreadas». Nuestra mentalidad es la clásica mentalidad del hombre de la sociedad de cosumo. Incluso en ideologías tan opues– tas como puede ser la comunista y la democrática, se ponen de acuer– do cuando se trata de consumir. Los estómagos mandan. Aquí valdría aquello de San Pablo: «Su dios es el vientre." No vamos a meternos contra esa mentalidad. Ni vamos a decir que nuestro mundo es el peor de los mundos, porque no sería nada más que un suma y sigue. Cada época de la historia fue, para sus profetas de calamidades, la peor de las épocas; y el fin del mundo estaba a la vuelta de la esquina. Como si ellos pudieran acabar con el mundo así como así. Nosotros que sí podemos acabar con el mundo, arrasando toda la vida con sólo hacer explotar los ingenios nucleares almacenados en los depósitos de bombas, creemos que el mundo vivirá muchos siglos. Habrá historia para rato. Eso pienso. Y pensar así es tener confianza ' en el mundo, en los hombres y en Dios que creó el mundo y los hom- bres, de los cuales es Padre. Si afirmamos que la diferencia en el sentido religioso existe en– tre el hombre de hoy y el de otras épocas, no está tanto en que el de hoy obre peor que aquél, sino en el mundo de las ideas. Los pecados de los hombres son de lo más vulgares y monótonos. Por muy refi– nados que parezcan no hacen nada más que repetirse. Pero lo que sí ha cambiado es la mentalidad. El de antes pecaba y creía que pecaba. Ahora «se ha perdido la conciencia de pecado». Y esto es grave. Es vivir más apartados de Cristo porque es estar muy lejos de los cri– terios de Cristo. Por eso nos hace más falta que a nadie pensar en las palabras de San Pablo: «Dejad que el Espíritu renueve vuestra mentalidad y vestíos de la nueva condición humana, creada a ima– gen de Dios: justicia y sanidad verdaderas. 103

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