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Decimoséptimo Domingo EL PRISIONERO «Hermanos: Yo, el prisionero por Cristo, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre hu– mildes y amables, sed comprensivos; sobrell" vaos mutuamente con amor; esforzaos en man– tener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz» (Ef. 4, 1-3). Un título que vale para cada uno de nosotros. Porque todos so– mos prisioneros. Las circunstancias, los complejos, los respetos hu– manos nos atan de tal manera que muchas veces quisiéramos rom– per esas amarras que ha tendido la sociedad a nuestro alrededor y ser unos fugitivos. La única fuga que nos queda es soñar y soñar ... Muchas horas para soñar debía tener San Pablo en su cárcel ro– mana. En su carta a los Efesios se da el título de «prisionero de Cristo», y se lanza a soñar en una Iglesia ideal. Un programa que vale también para nosotros. En primer lugar les propone unas virtudes que harían mucho más agradable la convivencia. Esas virtudes que admiramos en los demás, pero que nos cuestan tanto cumplir a nosotros. Como son la amabi– lidad, la humildad, la comprensión, la paciencia y, sobre todo, la ca– ridad. La caridad, columna vertebral de todo el cristianismo, es esa di– vina argamasa que logra la unidad. Meta inalcanzable de todo el cris– tianismo e incluso de toda la humanidad. Porque aún son recientes las 100

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