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La vida interior pide que hablemos a Dios, y en nuestra conversación con El, hemos de manifestar.le nuestros pensamientos, haciéndo– le confidente de nuestras penas, de nuestras lú– chas, de todas nuestras necesidades. Y esto no sólo en fos momentos de aislamiento, o en las horas dedicadas a la oración, sino también du– rante el día, aun en medio de las ocupaciones más urgentes, dirigiendo a El los afectos del corazón por medio de fervientes jaculatorias. La comunicación amorosa con el divino Huésped nos lleva también a pensar en El. El pensamiento de Dios nos traerá ,a la memoria sus grandezas y hermosuras, sus infinitas per– fecciones, que ,son capaces de enamorar po[' completo al alma y levantarla sobre todo lo creado, a fin de poner en el Sumo Bien todas sus aspiraciones. Igualmente el pensamiento de Dios nos hace recordar sus incontables beneficios que son las joyas con las cuales El pretende ·conquistar nuestro corazón y obligarnos a su divino ser– vicio. Dice el proverbio: «Dádivas quebrantan peñas». ¿Cuánto más no han de conmover nues– tro corazón de carne fos beneficios de Dios, cuando se recuerdan con frecuencia? El acto principail de .1a vida intenior es amar a Dios. Y amarlo comóEI quiere y marida, esto es: ·sobre todas las cosas, con iodo el corazón, 92
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