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en el alma la reviste de una indecible hermo– sura, la hace partícipe de sus riquezas y te– soros. Dice Ruysibrochio : « Las riquezas inmen– sas que Dios tiene por naturaleza podemos po– seerlas nosotros por su habitación en nuestro interior, por nuestra habitación en El, por la gracia del Espíritu Santo en quien todo deseo, sea el que fuera, está saciado» (Del adorno de las bodas espirituales). El Amado es Rey. Por eso la casa que es– coge por morada suya la convierte en palaoio real. Y en este palacio brilla el oro, la plata, las perlas y todas las demás preciosidades y lujosas. joyas que suelen adornar la morada de los reyes. Hay algo más : al rey suelen acompañar sus cortesanos para prestarle sus servidos y ha– cerle compañía. El Amado que es el Rey de los cielos y la tierra habitando en el alma se halla también rodeado de toda su corte com– puesta de los ángeles y los santos del cielo que le adoran y sirven. No importa que al exterior no haya indicio de las riquezas y hermosuras internas. Puede ser el alma de un pobre mendigo cubierto de harapos. Pero dent:rio de él hay una muy alta realidad que los hombres no ven. El alma lo sabe y se goza en ella. Esto Je basta para ser fefü. Ella bien puede repetir·Ios siguientes ·ver- 78
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