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comentarse con contemplar a su Amado tan sólo en sombras y en figuras. Desea ardiente– meint1e su amorosa presencia y gozar. de su di– vino abrazo. Al impulso de sus deseos viene a portarse de una manera semejante a San Agustín, el cual según él mismo confiesa, iba por todas partes buscando a Dios. Envió ,de embajadores a sus sentidos. Preguntó a la tierra, al mar, al aire, al cielo, .al sol, a la luna y a las estre– llas. Mas todas las cosas le r,espondían: «No somos tu D1os. El nos cr1eó y nüs gobierna», Después de esta búsqueda de Dios por todo el universo, por fün, penetró en su mismo co– razón· y allí encontró a Dios. Entonces sintió en todo su interior una paz honda y conforta~ dora, semejante a la calma que se nota en el ambiente después que pasa la tormenta. Una v,ez que sintió a Dios en su corazón, al gozar de su abrazo, lamentaba sus pasados erro– res, dicie1"1do : - ¡ Tarde te amé, oih hermosura· siempre antigua y siempre 'nueva; tarde te amé, te bus– caba fuera y estabas dentro! ¡ Misterio de amor ! ¡ Realidad sublime ! ¡ Dios habita en nuestro corazón! Es verdad que El está en todas partes. Su poder ejerce por doquier su acción irresistible. Su mirada se fija en todo lugar. StJ. esencia 67

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