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ira. El que ha segu~do a Cdsto es tiempo de gracia. El primero fue crudo invierno; el se– gundo, alegre primavera. Esta ,epifanía primaveral de luz, de color, de fragancia que trajo Jesús al mundo, viene a repetirse ,en cada alma que sale del pecado y vuelve a la vida de la gracia. Entonces Je– sús, el Amado, nace místicamente en el cora– zón. Y este nacimiento lleva oonsigo una her– mosura mucho mayor que la que se vierte por toda la tierra, al venir la primavera. En ese momento celesthl'l ·se disipan lias sombras y se deshacen los hielos de los peca– dos, y el alma se reviste de una hermosura in– comparable, en gran manera grata a los ojos de Dios y sus ángeles. Bien podemos decir que toda ella es luz, colo;r, fragancia, armonía. No hay paisaje de monte, bosque, mar, lago o cielo que pueda compararse con la belleza de un al– ma, en donde Jesús habita por medio de su gra– cia. Es indudable que toda alma en gracia es hermos:isima a lois ojos de Dios. Mas esta her– mosura puede estar un tanto oscurecida por las nieblas que fol'.man en ella fos pecados ve– niales, las infidelidades, las ingratitudes. Cuando el .alma rompe con todo, alzándose de su tibieza, y con la a)"Uda de Dios, llega a disfrutar de una intensa vida interior, hay en- 58
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