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ciste y entraste y llegaste a la grandeza dé mu– jer, multiplicáronse tus cabellos; pero estabas désnuda y cubierta de ignominia. y;o pasé jun– to a ti, y te V<Í, y estaibas ya entonces en la edád de los amores, y extendí sobre ti la punta de mi manto, y te' hice -un· juramento, e hioé con– tigo un contmtb, y desde entonces fu:iste mía> Y te 1lavé con a.guá, y te limpié de tu sangre, y te ungí 6ón óleo; y te vestí con ropas de vario~ colores, y te di un calzado de color de jadnto y un oeñidor de lino fino, te vestí de un manto finís~mo. Y te engalané con rieos adornos, y puse brazaletes en tus manos y un collar alre– dedor de tu cuello. Y ador:rié con joyas tu fren– te, y tus orejas con zarcillos, y tu cabeza con hermosa diadema. Y quedaste ataviada con oro y con plata, y vestida de fino lienzo y de bor– dados de varios colores : se te dio para comer flor de harina oon miel y aceite: viniste, ,en fin a ser extn~madamente bella y llegaste a ser reina y diVUJlgóse tu nombre entre todas las gen– tes ,por tu hermosura» (Ez., 16, 6-13). Todas estas palaibras entendidas en el orden espir1tual y aplica:das al alma entregada ya al servicio de Dtos, nos dan a conocer lo que hace Jesús con aquellas que El llama para sí. Cada una de ellas correspondiendo al div,ino llama– miento, cooperando a la gracia, queda interior– mente adornada con las preciosas joyas de las 43
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