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trito y, vuelv,e en seguida a la vida de la gracia. Resucita al que después de caído; no tiene gran interés de su regeneración espiritual, pero una gracia efücaz 1e dev,uelve la ama.stad con Dios. Resücita, y a veces ·de ·1!.ma manera ines¡perada, al que se halla sumérgido: enLel fango del vicio; pero rompe los lazos ,::que ·· lo tenían sujeto al pecado y ,empr,ende luego uná vida santa. Esto es lo que hace Jesús repetidas veces con las almas pecadoras. • Algo paJ:1ecido acaece con las almas tibias. Es v,erda:d que :la tibie'.?a no es un estado de muerte. Aun con ella el cristiano vive en gra– cia; pero esa gracia queda, en gran manera, ahogada por los impulsos de la naturaleza. La vida sob11enatural, por falta de esfuerzo, viene a resultar infouctuosa. Eil alma tibia es la hi– guera que tiene hojas, pero carece de frutos. Una vida meramente natural lo absorbe todo e impide eil desarrollo de la planta de la gracia. Quien se halle en este estado de lamentable tibieza, ha de sentirse muy temeroso, porque está expuesto a que caiga sobre él una maldi– cion semejante a la que lanzó Jesús a la higue– ra aquella que halló a la vera del camino, Ia que engañaba la vista con el espeso ropaje de sus hojas, pero carecía de fruto que saciara el hambre del divino Caminante. Nuestro ·Señor se encaró con ella diciéndole: «Nunca vuelva 41

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