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Ail llamar una y otra vez, alza: su .voz para di- 1·igir un amoroso requiebro al alma que se ha– lla dormida en ,el ,lecho de su pereza y olvido de Dios, r;epitiendo muchas veces: «Abreme; hermana mía, ,esposa mía, paloma mía, inma– culada: ínfa» (Cant. 5, 2). A pesa·r de estas insistentes llamadas, no obstante el relampaguear de las luces de las divinas inspiraciones, muchas almas siguen adoimecidas. La voz de Jesús queda ahogada como si r-esonara en el vacío. La luz de .la gra– cia se apaga entre tall1 cerrada y densa oscuri– dad. No obstante hay ,almas, siquiera sean las menos, como ésta que nos va. contando las vi– cisitudes y pI'Ocesos de su vida interior a las que se les hacen irresistfüles las amorosas so– licitudes de su tierno Enamorado. Oyendo la voz de la conciencia que no les deja reposar, al fin, aunque tarde, hacen un supremo esfuerzo y se· eliSiponen a levantarse. Si bien ,el pecado ·aun las at!'.ae con sus ilusorios encantos, también les hace sentir su amargor, su tremenda decep– ción, su dilacerante inquietud. Por ello experi– mentan vivos deseos de verse de él liberadas. A o.tras .:a:lmas, la vida tibia y perezosa en el divino servicio les par,ece un estrudo en grnn manera peligroso. Los encantos· y placeres deJ mundo se les presentan en su vacío realidad. 37
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