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tío, sopla blandamente la brisa, se oye .el cau– to del ruiseñor y el· murmullo de la fuente o del regato próximo. Esito no deja de tener una singular hermosura que nos deleita y nos con~ vida a 1a meditación dulce y callada. La noche de que aquí habla el alma carecía de estos ,encantos. Era noche. fría, y oscura. Por eso, estaba llena de temores. El frío. de esta . noche penetraba hasta¡ ,el mismo corazón y. lo hacía temblar. Era como µn bloque• ·de hielo que 110 .oprimía y como una aguda esipadia que lo dHaceraba fibra a fübta llenándolo de inquie– tud, de agitación, de miedo. La concienciaJ::on su voz de juez no dejaba de gritar y morder sin cesar cori agudo remol'dimiento. Era aquél iel frío desesperante de la ausen– cia de Dios. Era Ja carencia del divino fuego de la caridad que es ld que puede calentar y dar vida a nuestro espíritu. Aquella noche además de fría, era oscura. El afina se sentía postrada en medrosa: región de tinieblas. Todo, en medio de aquella tremen– da oscuridad, aipairecía negro, ·.recubierto· de fea1dad la más .espantosa. .Es que cuando falta .la gracia de Dios; el al~ ma ,es víctima de 1a más temible .ceguera. La in;• teligencia oairece de luz para ver las. cosas. Mil fantasn1as se 'Ofrecen en· torno como monstruos del Averno. No .se.. comprende la vacía realidad 27

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