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guirle. Se hizo encontradizo CO[l la Samaritana y le brindó el ,agua celestial que salta hasta la vida eterna. Se dejó besar y ungir fos pies de la Magdalena; y con esto, aquella alma ex– tmviada por fas· sendas del pecado quedó en– cendida: en el fuego de la divina caridad. Lo que Jesús hizo durante su vida pública, lo repite ahora viviendo misteriosamente entre los hombres. El vuelve a pasar entre nosotros para conquistar nuestro corazón y prender en él el fuego de su amor. El pasa, sobre itodo, en ciertos momentos, en que hace más sensibles sus secretas invitaciones- Ronda la puerta de nuestra alma como divino Enamorado que nos llama, a fin de que vivamos en íntima comu– nicación con El. No es extraño que el alma amante que nos cuenta los secretos y vicisitudes de su vida in– terior, nos diga: Pasó un día mi Amado, pasó a la vera de la casa mía. Repite la pailabra pasó para darnos a enten– der que lo hizo de intento, con afán de lliamar la atención al ,alma que se hallaba descuidada en el lecho de su tibieza. Tal vez, en la hedion– da yacija del pecado. Jesús pasa, en efecto, a nuestro lado con su gracia e inspiraciones. Pasa todos los ·días. Sin 16
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