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clarece, la afervora, la vivifica, la llena de forta– leza, de suavidad de amor. Hace que la paz co– mo un río oaudailoso, desbordante, irrumpa so– bre ella, de suerte que ya falte poco para sabo– rear Jas delicias del cielo. Por eso añade en su cántico: y ya el ·vivir a eterna vida sabe. Se puede decir que su v,ivir ya no es terreno, sino celestial. Es verdad que el alma aún se halla encerrada en el cuerpo; pero goza anti– cipadamente de cierto sabor del gozo que se disfruta en la patria bienaventurada. La vida natural viene a ser nada más que una delgada tela, de la que habla San Juan de 1a Cruz, a través de ila cual se transparente ya fa vida del cielo. Dios es para el alma su descanso, su re– creo, sus delicias, su hartura. « En este estado de vida perfecta, dice el mismo Santo, siempre el alma anda interior y exteriormente como de fiesta, y trae con fre– cuencia en el paladar de su espíritu un júbilo de Dios grande como un cantar nuevo, siempre nuevo, envuelto en a1legría y en amor en cono– cimiento de ,s,u feliz estiaido» (Llama de amor viva, II, 36). Naturalmente que el mundo, como él es to– do agitación, no puede comprender estas .co- 130

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