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munica Dios su ser sobrenatural de tal mane– ra que par,ece el mismo Dios y tiene lo que tie– ne el mismo Dios. Y se hace tal unión cuando Dios hace a:l alma esta merced que todas las cosas de Dios y del alma son unas en transfor– mación participante; y· el alma más parece Dios que ailma, y aun es Dios por participación; aunque es verdad que su ser n:aturnlmente tan distinto se le tiene del de Dios como antes, aun– que está transformada; como también la vi– driera lo tiene distinto del rayo, estando de él clamificada» (Subida. L. II. V,,7). Esto es sublime. He aquí el término de la vida interior en este mundo. Es verda:d que a estas alturas llegan pocas almas; pero a ellas debe aspirar toda ailma interior y ha de esfor– zarse por arribar a ellas. hasta, si el Señor es servido, ser admitida en su cámara nupcial. Ha de tender siempre a la santidad y para ello, como dice Santa Teresa, debe tener «una muy grande y determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que vinie– re, suceda lo que sucediere, trabájese cuanto se trabajare, murmure quien murmurare, si– quiera llegue allá, siquiera se muera en el ca– mino, siquie:na no tenga devoción para los tra– bajos que hay en él, siquiera se hunda el mun- do» (Camino de perfección, XXI, 2). Alma mía, Dio-s te llama a su intimidad. Co- 123

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