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Aun cuando nos empleemos coü todo ·es– fuerzó y cuidado en aquello que reclama nues– tro deber, no hemos de perder la visita de Dios. Nuestra alma en medio de sus ocupaciones ha de conservarse en su profundidad recogida. Concretando aún más : se practica el ver– da:de:w recogimiento que exige la vida interior paira su conservación y desarrollo, ·cuando uno aparta de sí todo lo superfluo, todo lo que di,s– tme, todo aquello que sin ,ser voluntad mani– fiesta de Dios, no sirve sino paira impedir la mirada atenta al Señor íntimamente presente ,en nosotros. El recogimiento exige un constante esfuer– zo de voluntad. Las cosas sensibles nos atraen y tienden a impedirnos vivir en una atmósfera sobrenatura:1. Dios mismo a veces parece que se esoond~. El sentimiento de su divina presen– cia se esfuma. Una sequedad horrible se apo– dera de toda el alma. Diríamos que entonces se esoapa del corazón el gemido del Salmista: «¿Dónde está tu Dios?» (Sal. 41, 4). Entonces ,lo que sostiene al alma es la fe. Una fo que hace frente a todas las contingen– cias humanas y a todas las pruebas de Dios. Esa fe mantiene el alma unida a Dios, y por ella sostenida y fortalecida responde a la pregunta anterior que brota del fondo de su corazón: «Dios está en todas partes y en todas las 113 8. - El poema de la vida interiar.
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