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no dedicar,se a ella de una manera incoh5idera– da como lo hacen muchas almas inquietas que no. saben gozar del reposo de la vida contempla– tiva. He aquí un gran peligro para el alma in– terior: entregarse a las diarias ocupaciones sin reflexión, sin prudencia, buscando en ellas no precisamente la voluntad de Dios manifestada en el deber del propio estado, sino Ja satisfac– ción de la naturaleza, acaso la :alabanza o el aplauso del mundo. Esto naturalmente hn¡pide que el pensamiento y el afecto se dirijan al di– vino Huésped que mora en nosotros. Es verdad que :la vida humana tiene que des– lizarse ent1°e múltiples y muy diversas acciones. El propio deber pide lucha, esfuerzo, trabajo. No está en esto precisamente el peligro, sino en dedicarnos a una actividad febr,il, empleán– donos en obras que no entran en el plan de la divina Providencia. Sólo buscando en nuestra actividad fa voluntad de Dios es como podemos mantener de un modo habitual el recuerdo de la divina presenoia. El que se proponga ser en verdad de las al– mas intedores, ha de tener esta regla que dan algunos maestros de la vida espiritual : «No entregarse a ninguna cosa creada has– ta el .extJ.".emo. que nos absorba por completo ; no dedicarse a ningtirna cosa en culerpo y alma». 112

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