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El alma que se ha concentrado en sí misma, para no perder la comnnicación con el Amado, al mismo tfompo que habla a Dios, que es Amor, escucha su divino y dulcísimo acento. Sí, Dios nos habla a todos, en todas partes y en todas las cosas por medio de secretas ins– piraciones ; pero muchas almas no quieren o no saben escuoharle. Su voz dentro de ellas re– suena en el vado. O mejor queda ahogada por los ruidos del mundo, por el griterío de las pa– siones, por 1a algarabía de los sentidos y po– tencias. Todo este estruendo de afuera· viene a for– mar ;ailgo así como un gran clamoreo que no de– ja percibir la suave armonía del mundo sobre– natural. Sólo el alma interior que vive en san– to recogimiento es la que se conserva en la atenta escucha de las divinas habl,as de Dios. no me ahoguéis el acento del .Amor con quien hablo en mi aposento. La voz de Dios es más dulce y suave que murmurio de fuente; pero es sutil como del– gado soplo de brisa; y es menester, para per– cibirla, apartarse de los ruidos pertur,badores que, en muchas almas, ,ahogan por completo esa voz misteriosa. Con esto dan muerte a la vida interior. .Sin recogimiento, la disipación deja el co- 110
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