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sus propias operaciones; mas, a pesar de sus movimientos y actividades, para nada es.torba'li la vida del corazón. Esto que observamos en ,la vida· física, vii.e– ne a ser una sublime realidad en el orden es– piritual. El corazón del alma interior está con sus latidos tendiendo siempre hacia su centro de vida que es Dios, y a El se conserva unido, a pesar de todas las agitaciones, de todos los ruidos del exterior, de todos los estruendos. del mundo. En la profundidad del alma está Dios comunicándole su vida divina, y a El casi ins- · tíntivamente se dirige la mirada y el afecto del corazón. No importa que la actividad humana, la:· vida social, 'los deberes del propio estado vengan a d1straer Ja atención deil espfr.itu; La voluntad s,igue diDigiéndose a Dios. Dios eointi– núa si1endo el más poderoso atractivo del 1ailma; Pero el alma interior no se contenta con te– ner de un modo habitual fija su mirada en el divino Huésped que por su bondad ha querido establecer en ella su t!'ono de amor, sino que escoge ciertos ratos al día en los cuales derrn– ma totalmente su espfritú en. la presencia del Señor, oculto mistedosamente en su corazón. Es' decir, que tiene sus horas de oración men– tal, en la cual la comunicación oon Dios es más· directa, más íntima, más amorosa. No hay alma, en verdad, interior que no 99

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