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vuestras leyes. Vosotros decís que es malhechor; yo lo creo. Pues bien, juzgadle y castigadle como os plazca; yo apruebo cuanto hagáis. -Nosotros no podemos matar a nadie.--'- · Era lo que ellos buscaban; ahí se dirigían sus ataques, a dar muerte a Jesús. Dejan caer la más– cara aquellos hombres y ya hablan claro. La cosa iba poniéndose muy seria. Grave era el asunto; gravísima la petición para que Pilatos la mirase con indiferencia. Cuando Pilatos oyó hablar de muerte, reflexionó un momento, y comprendió que debía llevar el asunto por el camino legal; examinando la causa, viendo las acusaciones de los enemigos, oyendo la defensa del reo y otras mil cosas necesarias antes de pronunciar una sentencia definitiva. Preguntó, inquirió, rehusó. Y al fin de cuentas llegó a comprender que Jesús era inocente; que todas las acusaciones de sus enemigos eran falsas, enteramente falsas y calumniosas; y que la envidia, y sólo la envidia, los había llevado a su presencia, queriendo arrancar a viva fuerza la sentencia. de muerte contra el Nazareno. ¿Pronunciar una sentencia de muerte contra un hombre que n.o era culpable? Eso era algo serio ante las leyes del Imperio Romano. No, no la.. pro– nunciaría él. Porque es el caso que Jesús es totalmente hío.: cente; ni asomos de culpabilidad en él se encuen– tran. Le ha examinado a solas. Le ha preguntado sobre su origen, sobre su persona, sus doctrinas y sus discípulos. Y de las pocas respuestas del reo se deduce algo grande, extraordinario, que tras– ciende sobre todas las preocupaciones de ·· los hombres. n

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