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XIV EL JUICIO - Quítalo de ahí! ¡ Crucifícalo, crucifícalo! - ¿Cómo? ¿A vuestro rey he de crucificar? -No tenemos otro rey sino al César. -Pues, ¿qué haré de Jesús, que se llama el Cristo? -Reo es de muerte. i Que muera, sí, que muera crucificado! - Así, en este diálogo tan violento, se entretenía Pilatos con las muchedumbres estacionadas ante el Pretorio la mañana del viernes anterior a la gran Pascua. Y era que el pueblo judío, juguete de los grandes de la nación, y por ellos azuzado, se empéñaba en dar muerte a su Mesías. No con otro fin lo condujeron ante el Gobernador romano sino para arrancar de ·éste la sentencia de muerte contra Jesús. Bien es verdad que la noche anterior había· sido juzgado y sentenciado por el tribunal de Israel; pero las facultades de éste eran muy limitadas, no siéndole posible condenar a un reo al último supli– cio sin que la autoridad romana así lo decretase. Por eso Jesús es conducido al Pretorio de Pilatos. No fué muy del agrado del Presidente tener que entrometerse en un asunto de esta índole, tan eno– joso. Las circunstancias le obligaban a la fuerza, y era necesario actuar, quisiera o no. 7ff

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