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de la tribulación, sin divisar por parte alguna nin– gún rayo de esperanza, de paz, de sosiego. Las olas amargas de bofetadas, de insultos, de burlas y de golpes se suceden unas a otras sin descanso. Cuando terminan unos, comienzan otros; cuando se cansan éstos, vuelven los primeros. Aquello no tiene fin; es interminable. :Cl es inocente; y están cometiendo contra su persona las más grandes injusticias, los más horri– bles desacatos, los atropellos más inconcebibles.... A las bondades que les ha dispensado, responden con ingratitudes. Bien puede repetir con el profeta David: «Cer– cado me han novillos en gran número: recios y bravos toros me han sitiado.-Abrieron su boca contra mí, como león rapante y rugiente.-Mi cora– zón está como una cera, derritiéndose dentro de mis entrañas.- Me veo cercado de una multitud de perros rabiosos: me tiene sitiado una turba de malignos (Salmo XXI, 13 sgg.). Toda una noche de golpes sin compasión. Toda una noche de burlas sin tregua. Toda una noche de insultos sin número ni medida. :Era aquello el prin– cipio; el principio, nada más, de las. inmensas olas que se habían de suceder. La paciencia de Jesús no se agota. Sufre resig– nado y calla. Porque a todos los insultos y bofe– tadas responde con su maravilloso silencio. La noche se pasó y a Jesús no le concedieron el más leve descanso. 74 ¡ Qué noche! i qué triste noche la del ósculo nefando!

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