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Antes de retirarse a sus casas los miembros del Sanedrín, los ancianos del pueblo, los jueces de Israel, quisieron desahogar en la persona de su mayor enemigo todo el odio reconcentrado en los corazones durante tanto tiempo. Odio satánico ani– daba en sus pechos; era un volcán incandescente, que en la primera ocas{ón explotaría. Tenían que vengarse de alguna manera, personalmente, ellos mismos; y ninguna ocasión mejor que la presente. A las manos se les vino sin buscarla, y era pre– ciso aprovecharla bien. i Cuántas veces fueron pú– blicamente avergonzados ante el pueblo por el Nazareno! i Cuántas otras descubrió sus corazones podridos, llamándolos sepulcros blanqueados, hipó– critas, raza de víboras, llenos de dolo y de iniqui– dad, que engañaban al pueblo con vanas aparien– cias, para explotarlo a más y mejor, a su gusto! ... En muchas ocasiones había puesto de manifiesto sus intenciones perversas; y ellos no tuvieron otros recursos, que morderse los labios y callar; porque era cierto cuanto Jesús les echaba en rostro. También quisieron apedrearle; en sus manos te– nían las piedras, y entonces se les hizo invisible, desapareció. Aun no era llegada la hora. Ahora, sí. Ahora era' su hora y el poder de las tinieblas. Lo tienen en sus manos y no se les es– capará. Se acercan los más atrevidos, los más devergon– zados, los más rencorosos. Se acercan a Jesús, y con visajes y muecas, con burlas y sarcasmos se mofan de él; le cubren el rostro con un trapo sucio, y dándole de bofetadas, le dicen: -Adivina, Cristo, Mesías, adivina ahora, ¿quién te ha dado este golpe? Puesto que eres profeta, como tú dices, ¿quién te golpea ahora? ¿Y ahora? 71

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