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XIII ¡TRISTE NOCHE! Cantó un poeta: i Qué noche! i qué triste noche la del ósculo nefando! Negra, como un paño funerario, fué la noche del jueves al viernes de la Pasión para el buen Jesús. Conducido cautelosamente a la presencia del Gran Pontífice, examinado con precipitación por el Sanedrín, contra él, sin más fórmulas, se pronuncia sentencia de muerte: «lia blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de otros testimonios? Ahora mismo acabáis de oir la blasfemia. ¿Qué os parece'?» «R.eo es de muerte. i Que muera, sí, que muera!» Y se levantó la sesión, para reanudarla muy de madrugada al siguiente día. El tiempo urgía; volaban las horas. Es preciso ejecutar a Jesús de Nazaret antes de las solemni– dades de la Pascua, no sea que el pueblo se subleve contra los dirigentes, y salgan ellos con la cabeza rota, y pierdan sus puestos. Levantada la sesión, Jesús fué puesto en manos de los sayones, y entregado a su custodia durante toda la noche. liabía que tenerlo bien custodiado. Los sayones aquellos y los esbirros, gente bruta y sin conciencia, darán buena cuenta de su persona. Con hombres como aquéllos imposible que se es– cape. 70

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