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como un aviso para vivir alerta, las consideró como una injuria. ¡Pobre! No se daba cuenta de lo que era. Bien poco se conocía. Y más herido que antes, seguro de sí mismo, se atrevió a replicar aún: «Aunque tenga que morir contigo, yo no te ne– garé.» Lo que después pasó en e.l atrio de la casa del sumo sacerdote entre Pedro y la portera curiosa, y entre los soldados que intervinieron más tarde en el asunto sobre la persona sospechosa de aquel galileo descubierto, es ya de todos conocido. Jesús llevaba la razón al decir a Pedro que le nega– ría. Pedro andaba muy equivocado al insistir en lo contrario. Los hechos vinieron a confirmarle en la triste realidad. Pedro, que tanto fiaba de sí mismo, al pregun– tarle una simple portera y luego otra sirvienta, no se atrevió a decir que sí; que era discípulo de Cristo. Estaba derrotado. Se vió perdido. Una, dos, tres veces lo negó rotundamente. No duda. Niega de lleno. Tal y como lo había predicho Jesús. i Oh! i y qué bien le conoció! ... Cómo se daba cuenta de lo que es el corazón humano, tan voluble, tan inconstante!... · Pedro lo negó. ¿Cómo ocultarlo? Pedro fué un cobarde. ¿Podrá encubrirlo? Pues siendo así, ¿qué hacía en casa del Pontífice, y más en aquellas circunstancias? ¿A qué meterse en la boca del lobo? ¿Cómo resistir en medio de tan tremendos ataques del enemigo? Es que Pedro amaba mucho a su Maestro, tanto que estaba dispuesto a morir con él y por él. Pero en llegando la ocasión ... i Somos tan inconstantes los hombres! 66
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