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la tormenta que se está formando dentro de sus muros es de las que hacen época; sonada va a resultar aquella tempestad, que se está preparando hace tres años. Las primeras rachas del viento I se perciben por entre los grandes del pueblo, precisa– mente aquella misma noche, que duerme entre som– bras y recelos. El pueblo ignora por completo el prendimiento de Jesús. Mas en la casa del Gran Sacerdote nótase ex– traña agitación, inusitado movimiento, ir y venir de un ,lado a otro de personajes misteriosos; que se agitan presas de nerviosismo. Sí; algo extraordinario allí sucede. Los soldados y la servidumbre baja han formado corro en derredor de la hoguera prendida en medio del patio. :Es gente' alegre aquélla; allí se habla, se ríe, se, comenta, y hasta se escupen palabrotas de muy mal gusto. Es cosa muy frecuente entre personas ordinarias. Por allí cerca anda todavía Pedro azorado, por más que trata de disimular; infundiendo sospechas a cuantos le ven. No acaba de descifrarse el enigma de su personalidad. Entre los soldados se cruzan preguntas mudas muy significativas; se guiñan, como diciéndose unos a otros: -¿Y éste? ... ¿Si será de los discípu-, los de Jesús?... ¿Si será de sus seguidores?... Es muy posible que sea un espía; que haya venido como ·conspirador. Cualquiera adivina sus inten– ciones. Por de pronto conviene no perderle de vista.- Pedro ya no es el valiente de Getsemaní. Está realmente acobardado desde la intempestiva pre– gunta de la portera. No obstante, le conviene di- 61

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