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No era pequeño, en verdad, el compromiso en que lo metía la curiosidad. de aquella mujerzuela. Y queriendo sacudir tan importuna pregunta, seca– mente contestó: -No soy. Pero la terca criada se empeña en arrancarle una confesión sincera al apóstol, quiera o no quiera: -i Cómo! Si también tú andal:Jas con Jesús Naza– reno. A la insistencia de la sirvienta en afirmar que Pedro es seguidor y hasta discípulo de Jesús, co– rresponde la negativa rotunda de éste. De ninguna manera quiere ser descubierto. ¿Dar su brazo a torcer ante los enemigos de Cristo? ¡No, y no! Niega una vez y vuelve a negar otras más. Él nada tiene que ver con aquel hombre. ¡Pobre Pedro! En buena se ha metido. Veremos a ver cómo sale de aquel apuro. Parece que todo se conjura contra éi aquella noche. Pedro ha negado ya la primera vez a su Maes– tro. A esta negativa respondió a lo lejos un canto, el canto de gallo. ¿Lo oiría el apóstol? Sin duda. Pero no cayó en la cuenta, dado. su azoramiento y el sobresalto de que estaba poseído; mucho menos recordó las pala– bras del Maestro, referentes a esta negativa y a este canto nocturno. Noche bien cerrada, obscura, fría era aquélla. Triste noche.... En la ciudad reinaba el más absoluto silencio, interrumpido a las altas horas tan sólo por el canto de los gallos y el ladrido de los perros. Todo es silencio, soledad, aparente calma en la ciudad de Jerusalén. Aparente, nada más; porque 60

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