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cuchar las palabras carmosas con que Jesús lo recibió en el momento mismo de ser entregado con un beso traidor en manos de sus más crueles ene– migos? Nada de esto sabemos. Calló Jesús. Selló sus labios. Voluntariamente los cerraba para hablar pocas, muy pocas palabras, ' durante las horas de su Pasión, que en aquellos mo– mentos comenzaba de una manera trágica. Calló Jesús y se dejó prender. El Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, se entregaba en manos de !"os verdugos. Las profecías iban cumpliéndose al pie de la letra durante las horas de la Pasión, como se habían cumplido hasta entonces. Los comisionados echaron ma110 de· Jesús sólo cuando él se lo permitió. Lo ataron fuertemente, como se lo advirtiera Judas, por temor a una eva– siva, y lo condujeron, favorecidos por las tinieblas de la noche, a la casa del Príncipe de los Sacer– dotes. Viendo todo esto los apóstoles, temieron correr ellos la misma suerte, y sin valor para seguirle, lo abandonaron cobardemente, huyeron a la desban– dada, dejándolo solo en poder del enemigo. Jesús entraba de lleno en la Pasión. Caía en un mar sin fondo de tormentos, en un océano de do– lores. La hora del sacrificio había llegado; generosa– mente se ofreció al Eterno Padre al hacer su entra– da en el mundo, y ahora renovó el ofrecimiento por la salud y redención del humano linaje. La Iglesia canta en el símbolo: «Qui propter nos homines et propter nostram salutem descendit de 57
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