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que estaba investido; bien pudieron comprender que aquel hombre era más que un puro hombre, pues tan fácilmente los derrotaba con una sola palabra. ¿Qué hubiera sucedido si echara mano de todo su poder? ¿Qué, si se armara del rayo vengador, como lo hizo en otros tiempos? Pues venciéndolos tan fácilmente con su palabra, ¿no podría librarse de sus manos, romper las ata– duras, burlarse de su vigilancia? Todo, todo lo podía. Era Dios, era omnipotente, bien a las claras lo estaba manifestando en aquellos momentos de su vida. A pesar de todo, los enemigos de Jesús no se dieron por entendidos; y trataron de consumar la obra de iniquidad para la cual fueron comisionados. Repuestos del sobresalto, rehechos de la caída, oyeron de nuevo la voz de Cristo, que, como antes, sereno les preguntaba: -¿A quién buscáis? -A Jesús Nazareno. - Ya os he dicho que yo soy. Si, pues, me buscáis a mí, dejad que éstos se vayan. Como a un ladrón habéis venido con espadas y con, palos a pren– derme. Cada día estaba enseñando .en el templo, y no me echasteis mano ni me prendisteis; no era llegada la hora, no era aquél el tiempo señalado. Pero ésta es vuestra hora y el poder de las tinie– blas. - Qué dijeron a estas razones aquellos ministros de la maldad'? ¿Qué podrían decir en su propio favor y en defensa de su crimen? ¿Qué diría Judas al verse descubierto y al es- 56
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