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-A Jesús Nazareno. -Yo soy. Apenas pronunció Jesús estas palabras, todos ellos cayeron rodando por tierra; aHí permanecieron tendidos e inertes hasta que Jesús quiso. ¿Qué tendrían aquellas palabras que tales efectos produjeron? ¿Qué hubo en ellas de terrible y desolador'? Nadie podrá comprenderlas. Eran palabras de un Dios. Palabras omnipotentes, aterradoras. Vienen sus enemigos a prenderlo bien armados, con espadas, con lanzas, con cordeles y cadenas, y ante la respuesta sencilla de Jesús caen rodando y sin sentido, desconcertados, como muertos. Llegan a prenderlo y les falta el valor para echarle mano. Lo harán tan sólo cuando Jesús se lo permita. i Sublime escena aquélla! Momentos indefinibles los que precedieron al prendimiento de Jesús en el huerto. Cuando ya creían tenerlo seguro; cuando ya estaban para echarle mano, oyen sus palabras, se confunden, se sienten abatidos. Aquellas palabras cayeron sobre ellos como un rayo, que los dejaron sin sentido.. Era la palabra de Dios que sacaba los mundos de la nada; era la palabra de Dios que sosegaba .las olas del turbulento lago; que serenaba las tem– pestades; mandaba a los vientos, y· ellos obedecían; mandaba a la enfermedad y ésta desaparecía. Era la palabra de Dios, el poder de Dios, llamando a los muertos de cuatro días de las lobregueces del se– pulcro, y los muertos resuscitaron llenos de vida. Dos palabras de Jesús fueron más que suficientes para desarmar a todo un tropel de hombres. Bien pudieron ellos comprender la virtud sobrenatural de 55

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