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Desesperado arroja con violencia el dinero con– tra el suelo, que va rodando, rodando; y se lanza de nuevo a la calle, más desesperado aún, al ver aquel desprecio. ¿Adónde irá? Ni lo sabe. ·En sus oídos resuenan las palabras del Maestro: «Amigo, ¿a qué has venido? ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?» Acosado por terribles remordimientos, fuera de sí, marcha vagando errante, sin rumbo fijo, cual si fuera una furia del infierno. · La vida se le hace insoportable; la existencia muy desesperada; preferible es la muerte a la situación por la que atraviesa el apóstol infame. Y queriendo poner término a su situación, se ahorcó de un árbol. Y murió como un perro, porque con el peso del cuerpo la cuerda se rompió; cae con violencia con– tra el suelo y se revienta. Las entrañas se despa– rraman por tierra. A picotazos terminan las aves de rapiña con él. A mordiscos el remordimiento lo había consumido. Ni un sepulcro recogió sus restos mortales. Ni una persona amiga derramó unas lágrimas sobre su cadáver. ¡ Infeliz Judas! Más le valiera no haber nacido. 52
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