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volver donde los suyos; y segunda y tercera vez los encuentra dormidos. Los apóstoles duermen. Jesús vela. Judas vela también. Los enemigos velan, trabajan, toman to– das las medidas para apoderarse de Jesús sin ruido y sin alborotos. Ya vienen; ya se acercan. El resplandor de las antorchas ilumina a trechos el huerto. Judas obra sobre seguro. Sabe que es aquél el lugar frecuentado por el Maestro; que allí pasa las noches en oración. Pero ¿si allí no estuviera ahora? ¿si por una casualidad hubiera cambiado de lugar y no lo en– contraran? Pero lo más probable es que Jesús esté donde siempre, y por eso allí se encaminan con la seguri- dad de encontrarlo. · Como fantasmas deslízanse cautelosamente por entre los árboles y se acercan hasta el lugar mismo donde está Jesús. Es su hora y el poder de las tinieblas. Los apóstoles continúan durmiendo.· Jesús vela, dándose cuenta de todo. Ya las luces se acercan; y se oyen los pasos del enemigo; ya está cerca, muy cerca. Se detienen un momento. Judas les re– pite la señai para conocerle: «Al que yo besare en el rostro, ése es. Cogedlo.» Y se desliza como una culebra por entre los após– toles, hasta llegar junto al Maestro.. Un momento después Jesús era entregado con beso traidor en manos de los enemigos. Los apóstoles ni tiempo tuvieron para reaccionar. En vista de la catástrofe, huyeron como ovejas sin pasto~ . Se habían cumplido las palabras de Jesús. 47
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