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Misterios profundos, abismos insondables se des– envuelven en esta oración de Jesús tan fervorosa, tan perseverante. Porque, a pesar de todo su fer– vor, no es escuchado, no se puede cumplir lo que pide. No hay otro remedio; tiene que redimir al hombr·e. La voluntad del Eterno Padre tiene que llenarse. Para eso ha bajado Jesús del cielo a la tierra, para hacer la voluntad del que le ha enviado, y esa voluntad es, que muera. Después de orar largo rato, se levanta y marcha en busca de sus tres predilectos apóstoles. Va en busca de consuelo, y los encuentra ... i dormidos! Buen consuelo iban a proporcionarle aquellos hombres tímidos, cuando sus ojos estaban cargados por el sueño; amedrentado su corazón; su espíritu lleno de pusilanimidad. Jesús los despierta; los exhorta a que oren, que velen, que se preparen para el tiempo de la tenta– ción, pues realmente está muy cerca. Los deja solos y se interna de nuevo en la ora– ción, pidiendo la misma gracia, haciendo la misma súplica: que pase el cáliz ... que se haga la volun– tad del Padre. Si Jesús es escuchado en su oración, ¿qué será de la humanidad pecadora? ¿quién pagará por ella? ¿quién la redimirá? ¿quién la sacará de la esclavi– tud en que se encuentra? Continuará envuelta en tinieblas, dominada por el pecado, degradada hasta el extremo. No obstante, el Eterno Padre no puede hacerse insensible a los ruegos del lfüo, y le manda un ángel; el ángel confortador, que lo alienta, lo anima. Profundos misterios son éstos. La criatura ofre– ciendo sus consuelos al Creador. Segunda y tercera vez deja Jesús la oración para 46
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