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está presa de horribles angustias, de pavor, hasta la muerte.» Y añadió: «¿Quedaos aquí cerca. Velad y orad conmigo.» Y separándose un poco de ellos, cayó en. tierra, y con la faz pegada al suelo comenzó su oración. ¡ Qué oración aquélla! i Qué plegaria! i La oración de Jesús en el huerto! La oración de un Iiombre-Dios afligido, triste, atribulado en extremo; que ve muy cerca de sí la tempestad horrible deshecha; que ve el fulgor del relámpago, serpenteando en los espa– cios, y oye el estampido del trueno. La oración de Jesucristo que ve la Pasión encima, llena de ho– rrores y de ultrajes, y de la que no puede librarse. «Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.» Qué tal fuerza el cáliz amarguísimo de la Pasión que ante la vista de Jesús se presentaba en aquellos momentos, no es fácil comprenderlo, mucho menos explicarlo. Cuando el Ifüo de Dios así pide con vivas ansias que pase de él, que no se le haga beber, "tenía que ser amargÚísimo, bien repleto de hieles, y tan repleto que rebasaba los bordes. Así permaneció orando Jesús durante una hora larga, pidiendo con insistencia que pasase el cáliz. Pero siempre que se haga la voluntad del Padre. Y el Padre quiere que lo beba. Está irritado, muy irritado con la humanidad; los pecados de los hom– bres claman al cielo; piden venganza, por su nú– mero, por su calidad, por su enormidad. Quiere vengarse, y se vengará en el Iiiio. Él está cubierto con los pecados de los hombres; por ellos ha salido fiador. Que pague él; que sufra; que padezca; que muera. En el huerto que apure h.asta las heces del amargo cáliz. qúe se le presenta. 45
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