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VIII GETSEMANÍ iGetsemaní ! El huerto silencioso, retirado. El huerto de los Olivos, testigo de las agonías prolon– gadas del Hombre-Dios; de sii oración ferviente; testigo de sus sangrientos sudores. Era de noche.. La luna rielaba melancólica en los espacios, y su luz tímida apenas si servía para iluminar fantásticamente el mundo aletargado, la ciudad de Jerusalén y los canipos circunvecinos. Noche plácida y serena, tranquila y apacible. No así lo era para Jesús, que visiblemente emo– cionado se levantó de la mesa, una vez terminada la cena del cordero, y salió del cenáculo con sus apóstoles, encaminándose, como de costumbre, hacia el huerto de Getsemaní para entregarse a la ora– ción. Atravesaron las calles silenciosas, solitarias, obs– curas de la ciudad; bajaron al valle, pasaron el to– rrente de Cedrón, por aquel entonces medio seco, y por un estrecho sendero se internaron en .la espe– sura del huerto, poblado de olivos y de arbustos. Una suave brisa nocturna se entretenía jugue– teando con los arbustos y con las ramas de los árboles. Noche tibia. Luz suave; melancólica tristeza se esparcía por el ambiente, y también llenaba el alma de los apóstoles de Cristo. También Jesús estaba triste, y para desahogar esa tristeza dió expansión a los afectos de su alma, 43
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