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¿Qué pasó entonces en el cenáculo? No lo sé. Lo que sí sé es que se convirtió en el primer templo católico, y cada apóstol fué un sacerdote, y su pecho un sagrario, y su corazón un copón donde Jesús se encerró por vez primera. ¡ Misterio grande, asombroso, profundo! ¡ Misterio de fe, misterio de amor! ... Es la primera Consagra– ción. Es la primera Comunión. ¿Qué sintieron en aquel entonces los apóstoles? Tampoco lo sé. Lo que sí sé es que, de simples, rudos pescadores se convirtieron en sacerdotes del Altísimo para realizar otro tanto; con poder y autoridad sobre el cuerpo de Jesús. También ellos repitieron luego las mismas palabras de Jesús, y el p~n se convirtió en el cuerpo santísimo del Divino Redentor. Después ... los sacerdotes todos del mundo cató– lico repetimos aquellas palabras misteriosas, omni– potentes, y Jesús desciende a nuestras manos, y lo repartimos a los fieles, y el corazón de éstos se convierte un, sagrario donde mora Jesús. Entonces, sí, entonces se realiza la unión íntima, estrecha, a1mnciada por el Maestro: «Quien come mi carne y bebe mi sangre, en mí mora y yo en él. Quien me come, vivirá por mí» (S. Juan VI, 57-58). Unión maravillosa; transformación sorprendente: Jesús en el alma del comulgante; el alma en Jesús; ambos viviendo la misma vida. Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del costado de Cristo, lávame. . 41

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