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toma en sus manos divinas el pan; el pan que les ha servido para la cena. Es llegado el momento. Un ejército de ángeles ha bajado hasta el cenáculo, penetrando en él silen– ciosamente sin ruido, para hacer la corte y tri– butar las primeras adoraciones a Jesús sacramen– tado. Los labios de Jesús se abren en medio de célica sonrisa. Luego pronuncia unas palabras omnipoten– tes, que hacen cuanto dicen, y dicen cuanto quieren: «Tomad y comed: este es mi cuemo.» Y en aquel mismo instante el pan deja de ser pan, y pasa a ser el cuerpo de Cristo. Los ángeles pegaron su frente al suelo, y adora– ron. En los espacios resonó por vez primera un himno, el himno de la Eucaristía, cantado por voces melodiosas; eran la voces de los ángeles. Cinco palabras pronunciadas en otra ocasión.so– lemne por la Virgen nazarena fueron suficientes para que se realizara en sus purísimas entrañas el misterio de la encarnación del Verbo. Cinco palabras pronunciadas por Jesús la noche del Jueves Santo llevaron a cabo el misterio de la transubstanciación del pan en su mismo cuerpo. ¿Cómo ha podido ser esto? No lo sé; no lo com– prendo. La razón no lo alcanza. La fe me dice ser una dulcísima realidad. La Iglesia canta en la fiesta del Santísimo Corpus: 40 Quod non capis, quod non vides, animosa firmat fieles praeter rerum ordinem. Lo que no ves ni comprendes, fe constante lo defiende sobre el orden naturál.

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