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Y· fué entonces cuando Juan .se reclinó. suave– mente sobre el pecho de Jesús, anegado en un mar de angustias, preñados los ojos en lágrimas. Se reclinó sobre aquel pecho, sintió las palpitaciones precípitadas de aquel corazón apenado. Quería saberlo todo, todo.... Y Jesús no se lo ocultaría; también él necesitaba desahogo, expansión; enton– ces más que nunca. «Maestro, ¿quién es'?» Conocedor Jesús de que la venganza en manera alguna podía anidar en el corazón sin hiel de aque– lla paloma, se lo dijo, pero sin nombrarlo. «Aquel a quien yo ofreciere un pedazo de pan mojado en la salsa.» Y alargó a J.udas el pan. Era la prueba de especial amor que el Señor daba a uno de los comensales en tales circuns– tancias. Judas tomó el pan y lo comió. Inmediatamente, en su alma y en su cuerpo entró el demonio. San Juan, que lo vió todo, nos lo dice en su Evangelio. No podía Judas por más tiempo sufrir la presencia del Maestro. La luz y las tinieblas nunca se en– cuentran juntas. Levantóse precipitadamente de la mesa y salió. Jesús extrema la delicadeza con el traidor, para que no sospechen los demás, y le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto.» Todos creyeron que le hablaba de las cosas nece– sarias para aquellos días de fiesta. Muy otras eran sus intenciones. Judas salió del cenáculo a toda prisa; parecía una furia del infierno. Cuando salió era de noche. Las tinieblas lo rodeaban por todas partes. Las tinieblas envolvían su alma. 36

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