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¾ Y Jesús. no calló. ¿Cómo callar ante la verdad que necesariamente se imponía? ¿Cómo ocultar al traidor lo que perfectamente le. era conocido? ¿Cómo callar lo que le era del todo manifiesto? «Sí; tú lo has dicho. Eres tú», le diio con voz muy. baja, tan baja, tan queda, que solo Judas pudo oírlo. iCuánta caridad! ¡ Qué delicadeza de parte de Jesús! No quería decubrir al traidor; no quería oponerse a sus criminales intentos. Mejor era de– jarlo en libertad; que obrase como mejor le pare– ciese. No obstante le avisó; que era conocedor de todo; que no se le ocultaba absolutamente nada; que penetraba hasta en los más secretos repliegues de su negra alma. Jesús vuelve a repetir lo antes dicho: «La mallo del traidor está conmigo a la mesa.» Y calló.... «¡Desgraciado de él! Mejor le fuera no haber naci– do.» Terrible anatema acababa de caer sobre su alma. Y de nuevo, en vista de tal amenaza, siguen las preguntas de los apóstoles unos a otros, a sí mis– mos, a Jesús, temiendo, dudando, desconfiando. Un interrogante fatal flota en aquel ambiente, de amarguras lleno: ¿Quién es? ... A esta pregunta nadie, fuerá de Jesús y de Judas, puede responder. Todos los demás están por com– pleto desorientados. Pero quieren saberlo, y saberlo allí mismo, y saberlo cuanto antes. Si pudieran mirar en el corazón de los otros, como miran en el suyo.... Pedro no puede resignarse. Está en ascuas por saberlo; quiere saber quién es el traidor para aca– bar con él. Tropieza, no obstante, con una seria dificultad, y es que no está tan cerca del Maestro para preguntárselo en secreto, y se limita a dirigir una mirada a Juan, que está tocando con Jesús. 3' 35

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