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El profeta los contempló varios siglos antes, y al verlos, exclamó lleno de júbilo: «i Qué hermosos son los pies de aquel que sobre los montes anuncia y predica la paz!» (Isaías LII, 7); de aquel que anun– cia la buena nueva y pregona la salvación. Poco tiempo después, aquellos pies, fortalecidÓs con el contacto de Jesús, corrieron veloces por los pueblos y ciudades, por los campos y los valles, buscando la oveja perdida, para conducirla al re– baño del buen pastor, Jesucristo. 31
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