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«¿Conque así es? En ese caso, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.» ttabía triunfado en toda la línea la humildad de Jesús sobre la obstinación del apóstol, quien, bajando la cabeza, imponiendo silencio a sus labios, visible– mente emocionado, confuso, avergonzado, deióse lavar los pies. Aquello de tener que separarse de su Maestro, y de tal Maestro cual nunca lo hubo ni lo habrá jamás; aquello de tener que separarse de compañía tan dulce, tan amable, tan divina, era muy duro para Pedro, más duro que dejar lavarse los pies. No pudo resistir por más tiempo. La palabra de Jesús lo había cautivado; estaba vencido. Se dejó lavar los pies, y hubiera permitido gus– toso que le lavara las manos y la cabeza, si nece– sario fuera. ¿y los otros apóstoles? ... Mudos por el estupor, confusos, también permi– tieron que aquellas manos divinas tocasen sus pies, y a medida que Jesús les limpiaba el polvo que habían cogido en el camino, limpia y purifica su alma, preparándola para el acto que dentro de bre– ves momentos se seguirá: la Comunión; la primerá Comunión. ¿y Judas? También tuvo la osadía de dejar lavarse los pies. Pero su corazón estaba demasiado lleno de barro; no era solamente polvo, eran manchas muy negras las que tenía; era muy grande su traición; estaba metalizado; no pudo comprender, no quiso entender la obra del Maestro. Se hizo el desentendido. Sentados de nuevo a la mesa, aprovecha Jesús el estado de ánimo en que encuentra a los suyos, para darles una lección. 29
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